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Ser el #1: La prioridad romantizada

Competencia, ventaja, diferenciación, habilidad, exclusividad, evolución, fortaleza, confianza, fe, tenacidad, sacrificio... Victoria. Esto implica ser el #1. ¿Posees y has hecho todo lo anterior y no lo eres? Pues ya has conquistado más de lo que imaginas.


No estoy promocionando la mediocridad, ni la zona de confort ni el facilismo. Nada de eso, es que estuve pensando el otro día que la exigencia, o más bien, la autoexigencia es un arma que de no saber manipularla, podríamos dispararnos con ella en un pie.


Para mi padre, que yo ocupase el primer lugar en los listados académicos era su métrica de tranquilidad, porque con ello aseguraba que su hija mayor (o sea yo) se estaba preparando para descrestar al mundo: siendo una mujer independiente y muy profesional ganando mucho dinero, por supuesto. «Si ocupas el primer puesto, se abrirán todas las puertas a tu paso». Era su máxima, que aunque alentadora, era solo una muy pequeña parte de la fórmula del éxito.


Destacar requiere quemarse las pestañas, dejarse la piel y escupir el hígado. Los deportistas de élite se forman sabiéndolo y son conscientes de lo que se apuestan. Tanta es su exigencia y desgaste emocional y físico, que a los treinta años ya despiden olores de retiro... Y yo que a esa edad apenas empezaba. ¿Que no quieres ser deportista laureado?, pues miremos otras aristas.


El corporativo cumple la misma paradoja, las empresas se sumergen en océanos rojos todos los días para tratar de encontrar uno azul, uno donde puedan ser los primeros, únicos con un producto o servicio siempre innovador y con la capacidad de hipnotizar a sus clientes por los siglos de los siglos. Las vainas del capitalismo son casi siempre muy bonitas, hasta que uno, una persona con ganas de una vida normal, quiere hacer lo mismo.


Ser el #1 significa también perseguir el perfeccionismo, para que el entorno idealice y romantice dicha persecución. Llegar a ese pódium podría ser el objetivo, pero mantenerse allí es una decisión de vida que muchas aseguradoras no cubren. ¿Es eso lo que quieres? Pues te aplaudo y te hago de animadora, pero asegúrate de que lo tienes todo cubierto y de que es única y exclusivamente tu responsabilidad.


¡Ay, perfección! Que has llegado para derramar sangre y lágrimas. La vida es casi toda sufrimiento, pero de verdad, ¿tocar la perfección con tus manos es el éxtasis que buscas para vivir la vida loca? No te juzgo, ni mucho menos, yo misma perseguía ese trofeo, hasta que entendí que su método de obtención funciona exactamente igual al de la felicidad: Es una estrategia, es temporal, es circunstancial y no garantiza la victoria constante.


Nos falta egoísmo... Sí mamá, estoy alentado a los que me leen para que sean egoístas. Todo lo que te acerca a la excelencia es para que los demás tengan una opinión de ti, si no, ¿de qué otro modo obtienes reconocimiento? El desgaste que genera ser el mejor, ocurre casi siempre para complacer las necesidades y expectativas de los demás, y lo que queda, si es que queda algo, es tu contraprestación, porque para eso firmaste.


La parte menos bonita del sacrificio, es tener que alejar la diversión y el disfrute. La vida adulta ha sido condenada al grillete de la seriedad, a comportarnos como personas maduras que poco sonríen a carcajadas, porque ese gesto nos delataría de no estar en lo que se debe estar. Si ser el #1 te implica dejar de jugar, no es el lugar que te conviene ocupar por ahora, porque la falta de juego y diversión exilian a la creatividad.


Las campañas de marketing más creativas han hecho apología al número #2 (haz clic para ver un ejemplo de ello), que también es otra historia de éxito, porque si no puedo tener todo el pastel, disfrutaré entonces del trozo que me ha tocado. Esa es la actitud, sentirse cómodo en el segundo, tercer o vigesimoquinto lugar, es decirle a otros en las mismas circunstancias, que el mundo no se acaba si no apareces en una publicación en Instagram junto a las Kardashian, pero que sigues siendo una estrella.


Pues eso, que no tienes que estar entre los mejores para demostrarte que lo que haces es valioso. No ser parte de una competencia no es de cobardes, es de gente común que tiene motivos extraordinarios para hacer lo que quiera y cuando quiera sin la necesidad del aplauso. Por supuesto que nos haría especial ilusión recibir una medalla u ocupar un lugar distintivo en el ranking, pero lo que en realidad nos hace profesionales y personas plenas, es sentirnos libres y complacidos con nuestras decisiones mientras aplaudimos a los que están recibiendo su premio.


Gracias por leer y hasta la próxima vaina.


Sandra.

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