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Ventaja comparativa con estrella

Corría la mitad del año 2000, un año complejo a mis veintitantos, con más abismos que picos, pero que recuerdo con la nostalgia infantil de caer de la bicicleta, rasparme las rodillas, levantarme e intentarlo de nuevo.


Ese mismo año obtuve mi primer empleo formal, uno de esos donde firmas un contrato, haces tu parte y te pagan quincenalmente. Recuerdo la sensación de tener mi primera cuenta bancaria y mi primera tarjeta débito. ¡Qué poderosa me sentía!, todo un hito en aquella época... y pensar que hoy manejamos el tema bancario virtualmente y ya no nos parece tan ¡wow!


Ese primer empleo fue como teleoperadora en una central de llamadas, o call center, para los 'spanglishtas'. Una experiencia tan novedosa como enriquecedora pero con un angosto margen para sobresalir, o eso creía yo, porque tenía un guion estructurado que repetir en cada llamada cual lora mojada que solo tiene en su vocabulario unas cuantas palabras en reproducción automática.


Estudié durante los primeros meses ese angosto margen con ojos dubitativos, así como cuando Rocky Balboa miraba fijamente a Iván Drago mientras su subconsciente le susurraba: «Prepárate para sufrir... ¿Has visto el tamaño de este tipo?». Mi "tipo" era más pequeño pero intimidante, así que entre llamada y llamada buscaba la manera de desarrollar un estilo que me ayudase a ser más eficiente, adherirme al equipo de trabajo y por qué no, que me reconocieran por ello.


El proceso no fue fácil, pero hizo el objetivo más atractivo cuando me di cuenta de que no tenía que inventarme nada, tan solo tenía que ser y actuar desde ese momento como la persona y profesional que quería ser el resto de mi vida. Solo tenía un problema: ¿Cómo iba a ser diferente en un lugar donde todo debía hacerse siempre igual?


Así fue cómo, con mucha paciencia y consistencia, puede responder a mi anterior cuestionamiento:


Hacer más... por amor al arte


Lo primero que tuve claro es que tenía que hacer algo distinto, que tenia que aprender cosas nuevas que no fueran parte implícita de mis labores cotidianas para ser de ayuda extra. ¡Sí, trabajar más por el mismo sueldo! que no es mala idea si quieres más de la vida en el futuro. Así que me interesé por algunas actividades informáticas que realizaban mis supervisoras y que en ocasiones delegaban en una de mis compañeras. Tiempo después, estaba siendo entrenada en cómo prestar aquel soporte. Un hito más después de la tarjeta débito.


Buscando referentes


Tenía compañeras que llevaban haciendo el trabajo por varios años y me encantaba su estilo: gestionaban con glamour su teléfono y eran impecables con el trato al cliente, su tono de voz era cercano pero resolutivo y su desempeño era pulcro y eficiente. Yo quería eso, así que acudía a ellas para resolver mis dudas y estaba siempre atenta a sus movimientos. Por algo me decía mi madre cuando estaba en el colegio: «Júntate con los que más sepan y lo hagan mejor».


A conciencia


Una tarea repetitiva se convierte en monótona, la monotonía mata el interés y si no hay interés la vida se pasa sin darnos cuenta. Los teleoperadores, en aquella época, éramos considerados robots y no estaba lejos de ser verdad. Cierto día, al despertar de un trance de saturación telefónica, no pude recordar qué servicio me había solicitado el usuario al que acababa de atender, ni siquiera su nombre... un golpe duro. Así que decidí ser un robot, sí, pero de los buenos, con corazón y mucha conciencia al mejor estilo del personaje de hojalata del Mago de Oz.


Un equipo y una familia


Fue mi primera experiencia de trabajo en equipo en lo laboral. Ser parte de algo y sentirme apoyada fue constructivo. En un principio consideraba que la posibilidad de trabajar en equipo era inexistente por el tipo de actividad, donde cada teleoperadora en su cubículo (su isla) solo tenía que hacer lo suyo y listo Calixto. La realidad fue muy distinta porque compartíamos la experiencia del error, el acierto, la actualización del conocimiento y el apoyo mutuo, porque cada una era distinta y eso era precisamente lo que mantenía la armonía en nuestro trabajo. Armonía y amor familiar con sus épocas de desafinamiento,


De pupila a pupila


El día en el que descubrí que mi desempeño era visto y que estaba cumpliendo con mi objetivo, fue cuando una de mis supervisoras me asignó a una nueva compañera para que la capacitara en el campo de acción. Ese día asumí que era distinta, que no solo hacía las cosas bien sino que era digna de replicar y compartir mi estilo con las nuevas contrataciones. Hito número tres. Mi interés por aprender cualquier cosa constantemente me reveló que entre más sabía, más oportunidades surgían de la angosta brecha.


La estrella


La empresa tenía un programa de reconocimiento llamado empleado estrella del mes. Cada vez que alguna compañera lo recibía no deseaba precisamente obtener mi estrella algún día, un trofeo de cartón en forma de estrella. Quería era superar las habilidades por las que se otorgaba dicho reconocimiento, cosa prácticamente imposible porque los criterios de evaluación eran los mismos. Así que llegué a la conclusión de que mi identidad y know how (sí, la profesión también tiene su saber cómo) mezcladas con un desempeño óptimo, eran mi valor diferenciador y competitivo. Y fue justo allí, vestida con mi uniforme de pantalón azul y camisa blanca, cuando escuché mi nombre en voz alta, recibí el aplauso de mis compañeras y fui acreedora de la significativa estrella. ¡Cuarto hito!



Escribir este post me ha emocionado al recordar a mis preciosas compañeras de la central, y por eso quiero agradecerles por haber estado presentes, pero presentes de verdad: Gracias Aleja G., Mile, Diana E., Doris, Sandra T., Mónica, Elizabeth, Margarita y al resto del equipo de aquella época inolvidable. ¡Gracias! Por favor, si se percatan de algún error u omisión en esta historia, otra vez les pido me iluminen y corrijan.


A los demás, gracias por leerme y hasta la próxima vaina.


Sandra.


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